Mea Culpa
Cuando llegué al Cielo, me encontré con que no era como contaban. No había querubines tocando el arpa sobre nubes de algodón, ni puertas de oro. Más bien, estaba hecho de las cosas de las que uno se desprende más facilmente: cáscaras de plátano, relojes detenidos, cajones llenos de papeles inútiles, piedras caídas de la torre de una catedral en ruinas. La gente jugaba allí, y eran felices. Un viejo, de los más sucios, me recibió: era San Pedro. Me dió la bienvenida y unos papeles que deía firmar. ¿Que dicen?, pregunté, desconfiado. -No te preocupes, es sólo un formalismo, nadie lo lee. Así que firme mi arrepentimiento, que luego luego pasó a formar parte del paisaje.
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