miércoles, 1 de septiembre de 2004

Vista hacia atrás, la historia era así:

Aviones americanos llenos de agujeros, de hombres heridos y de cadáveres, despegaban de espaldas en un aeródromo de Inglaterra. Al sobrevolar Francia se encontraban con aviones alemanes de combate que volaban hacia atrás, aspirando balas y trozos de metralla de algunos aviones y dotaciones. Lo mismo se repitió con algunos aviones americanos destrozados en tierra, que alzaron el vuelo hacia atrás y se unieron a la formación.
La formación volaba de espaldas hacia una ciudad alemana que era presa de las llamas. Cuando llegaron, los bombarderos abrieron sus portillones y merced a un milagroso magnetismo redujeron el fuego, concentrándolo en unos cilindros de acero que aspiraron hasta hacerlos entrar en sus entrañas. Los containers fueron almacenados con todo cuidado en hileras. Pero allí abajo, los alemanes también tenían sus propios inventos milagrosos, consistentes en largos tubos de acero que utilizaron para succionar más balas y trozos de metralla de los aviones y de sus tripulantes. Pero todavía quedaban alguno heridos americanos y algunos aviones estaban en mal estado. A pesar de ello, al sobrevolar Francia apareciern nuevos aviones alemanes que solucionaron el conflicto. Y todo el mundo estuvo de nuevo sano y salvo.
Cuando los bombarderos volvieron a sus bases, los cilindros de acero fueron sacados de sus estuches y devueltos en barcos a los Estados Unidos de América. Allí las fábricas funcionaban de día y de noche extrayendo el peligroso contenido de los recipientes. Lo conmovedor de la escena era que el trabajo lo realizaban, en su mayor parte, mujeres. Los minerales peligrosos eran enviados a especialistas que se encontraban en regiones lejanas. Su tarea consistía en enterrarlos y esconderlos bien para que así no volvieran a hacer daño a nadie.
Los pilotos americanos mudaron sus uniformes para convertirse en muchachos que asistían a las escuelas superiores. Y Hitler se transformó en niño, según dedujo Billy Pilgrim. En la película no estaba. Porque Billy extrapolaba. Y se imaginó que todos se volvían niños, que toda la humanidad, sin excepción, conspiraba biológicamente para producir dos criaturas perfectas llamadas Adán y Eva.

(Kurt Vonnegut, Matadero Cinco. Anagrama 1991)

Y extrapolando resulta que las historias son felices. Prometeo recupera el hígado y en agradecimiento entrega el fuego a los dioses, porque se reconoce incapaz de manejarlo. Pandora cierra de una vez por todas su cajita. La abuela surge de la panza del lobo y se come un panqué con la caperucita, Hamlet se deja de azotes y se enamora de Ofelia, que está todavía mjada de su práctica de clavados inversos. Alejandro Magno emancipa pueblo tras pueblo, Julio César deja el poder en el senado romano, Bush hace trampa para dejar de ser presidente porque se reconoce inepto. Tú, tras una pelea, te reconcilias con tu novia de la prepa, y cuando terminan quedan como muy amigos (cuando termines con la de la primaria se tomarán, sonrojados, de la mano). El abuelo desmuere y sana, se muda al campo y le canta por la ventana a la abuela aunque ya no estén casados. Luego se hache niño y desnace. Y así hasta que, en otra versión, la humanidad deja las ciudades y luego los pueblos y se suben a jugar a los árboles, mientras el universo conspira para fundirse en un gran abrazo y desaparecer el tiempo.

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