De mi abuelo aprendí a ver el mar. Ya desde chico nadaba, y siempre me ha gustado jugar en él, brincar los burros y torear las olas. Pero hace algunos años, lo acompañé afuera, ya no podía nadar, y él me dijo Mira, Santiago, las olas. ¿ves que ninguna es igual a otra?
Estuvimos de diez de la mañana hasta que oscureció.
Del mar aprendí a ver a mi abuelo.
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