viernes, 22 de abril de 2005

La Tormenta

Canten conmigo:

Yo tuve un gran amor durante un chaparrón
y sentí aquella vez tan intensa pasión
que ahora el buen tiempo me da asco
cuando el cielo esta azul no lo puedo ni ver
¡Que se nuble ya el sol, que se ponga a llover!
¡Que caiga pronto otro chubasco!
Confirmando el refrán una noche de Abril
la tormenta estalló, mi vecina febril
asustada con tanto trueno
brincó en un santiamén del lecho en camisón
y se vino hacia mí pidiendo protección.
—Auxílieme usted, sea bueno,

ábrame por piedad que estoy sola y no sé
si podré resistir, mi marido se fue,
pues tiene entre otros muchos fallos
que en las noches así abandona el hogar
por la triste razón de que va a trabajar:
es vendedor de pararrayos.
Bendiciendo al genial Franklin por su invención
en mis brazos le di curso a su petición
y luego el amor hizo el resto
mira tú que instalar para rayos por ahí
y olvidarte poner en tu casa ¡caray
cometiste un error funesto!
Varias horas después, cuando al fin escampó
ella se hubo de ir, pero antes me citó
—para la próxima tormenta
mi esposo va a llegar y si en casa no estoy
se me va a resfriar, así que ya me voy,
a secarle la cornamenta.
Desde entonces jamás he dejado el balcón
no hago más que poner la máxima atención
en cirros cúmulos y estratos;
la menor nube gris me colma de placer
aunque a decir verdad sé que no han de volver
tan torrenciales arrebatos.

A base de vender palitos de metal
su marido reunió un pingué capital
y se hizo multimillonario.
A vivir la llevó a un imbécil país
donde si se oye llover será porque haga pis
algún niño del vecindario.
Ojalá mi canción llegue al Sáhara aquel
a decirle que yo le seré siempre fiel,
que la llevo dentro del alma,
que aunque sople el Simún con seca realidad
un día nos reunirá una gran tempestad
tras la que no vendrá la calma.

Y ahora, escúchenla

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