viernes, 24 de junio de 2005

El viajero, como el lector que nunca sabrá qué quiso decir tal verso, no alcanza jamás la esencia de un lugar. Se arma una imresión de retazos, de pláticas esquinas, monumentos o cerros, del puente, un atardecer, un viento. Y la personalidad que acaba asignando a cada lugar que conoce es genuinamente equivocada. Porque no se mete al diario de su vida. La única que conoce es su tierra, y ni siquiera.

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