El viajero, como el lector que nunca sabrá qué quiso decir tal verso, no alcanza jamás la esencia de un lugar. Se arma una imresión de retazos, de pláticas esquinas, monumentos o cerros, del puente, un atardecer, un viento. Y la personalidad que acaba asignando a cada lugar que conoce es genuinamente equivocada. Porque no se mete al diario de su vida. La única que conoce es su tierra, y ni siquiera.
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