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lunes, 1 de enero de 2007Escrito entre las 6 y las 7
Me dieron ansias y me desperté. O desperté y ya, como siempre sucede a media noche cuando he tomado algo dulce o seco. Ansias y la necesidad de agua, o jugo mejor. Pero el único jugo que habí era de tomate, no precisamente refrescante. Y el sueño no volvió, y no lo dejé volver. Aun con la imagen borrosa de la noche anterior —La cena, el postre, el ángel que pasó y la muchacha que estaba sentada enfrente; los esbozos de catalán, el horóscopo, la discusión de cine y el CISEN— abrí el periódico, de ayer, como tu amor, del año pasado. El sueño no volvió y no lo dejé volver. Estoy convencido de que la noche es todavía el día de ayer, siempre. Cuando uno amanece antes que el día es una pequeña transgresión, se empieza el día desde el anterior. 2007 no empezó a las doce campanadas que transmitieron por la radio (y que por concenso de la mesa fueron nueve) mientras un imbécil, probablemente pregrabado, decía buenos deseos e instrucciones para comer uvas. Ese fue sólo un buen momento para el abrazo, y los buenos deseos y comer uvas. Y tomar cava, que fue lo que me hizo despertar temprano y lo que me tiene ahora esperando. El nuevo año empieza dentro de un rato. No sé cuánto, entre media hora y hora y media, porque a decir verdad hace mucho que no me entero de un amanecer. Ahora que volteo, el cielo está tomando un color rojizo. Puede ser sólo la ciudad, que da para cielos de los colores más distintos: Negro tapado y blanco, verde neotokio una noche (aurora subtropical) azules clarísimos, morados, pero también algo tendrá que ver el sol, que viene llegando y asomará pronto por los volcanes, poniendo la nieve naranja y alzando neblinas entre el Ajusco. ¿El clima no enfría todavía, o es que traigo yo el calor de la cobija todavía puesto? Pero ya voy despertando más del todo, ya la noche de ayer se espanta y queda sólo la pantalla que se recorta blanca en la oscuridad y un hilillo de humo que la atraviesa. Ladran, a lo lejos, y el coro va aumentando. En Milpa Alta los labradores ya estarán encaminados. Porque, a pesar de año nuevo, es lunes, y una cosquilla me ataca la fosa derecha. Ya está enfriando, en efecto. Tal vez no fuera mala idea ponerme calcetines, o pantunflas al menos. Antes de dormir, un mensaje: estamos yendo a benjamin hill, en la condesa, caele. Y no, entre que la condesa quedaba lejos y la cama cerca (justo debajo), no me moví. Si allí siguen, tal vez al rato me una a una especie de celebración pagana: los que sobrevivieron el cataclismo del cambio de año, devastados por la noche, buscando un samborns a pie para tomar café con leche. O un vips. O cualquier cosa de esas que abren toda la noche, todas las noches, y todo el día todos los días, aunque eso es meno importante. O eso me gustaría pensar, pero a lo que me uniría es a una fiesta muerta, de la que los últimos y tambaleantes borrachos salen en busca de un café o cualquier cosa que no les revuelva demasiado el estómago, sin cataclismos ni rastro de épica, porque a fin de cuentas, el primero de enero es sólo un día más ¿no? Un día más como todos, sólo que feriado. Como los cumpleaños, entre el último que te celebran de niño y el primero en el que te das cuenta de que quien celebra eres tú, y tus amigos y familia y gente cercana, y que la celebración no es tanto por la fecha sino por la vida. Es un día como todos, pero oscuros motivos, siempre válidos, lo hacen fiesta. Lo mismo el año nuevo. Sí hay un cataclismo, una ruptura de continuidad, aunque solo sea en el número que lleva el calendario y la agenda nueva. Y el cinismo se aguanta. Si no, ¿qué?¿Sólo me desperté porque me dió la seca? No lo creo, porque no lo siento así (y el cinismo me disculpa). Por eso el esfuerzo de mantenerme despierto, y por eso escribir, medio para alcanzar el amanecer, pero también fin. Dicen que como se empieza el año es como se ha de seguir: bien, he aquí mi propósito de año nuevo. No que me vengan cosas gracias a la divina o paterna providencia, sino que sea lo que venga lo enfrente con mi método, que es éste. También por algo no se me ocurrió ver tele en lo que llegaba el amanecer. Así quise recibir y comenzar el año: escribiendo. Medio para y fin en sí. Sin embargo, la vida se desarrolla afuera. No es en la pantalla en donde voy a ver el cielo, ni el año. Así que si me disculpan voy a la ventana. Ya amanece.
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