jueves, 19 de abril de 2007

La lotería en Babilonia

Como de antiguo los hombres de Babilonia, yo fui rey del mundo por tres años, seis meses y cinco días. Todo lo que veía era mío. Es más, todo lo que veía era yo. Bastaba una indicación con la mano, una palabra, ni siquiera bien articulada, un grito o incluso la mera indicación de la intención de gritar, o el esbozo de ésto, para tener justo la comida que quería. Todos, que, no olvidemos, eran parte de Mi, estaban a mis órdenes, simples apéndices de mi voluntad. Fui, durante ese tiempo, ombligo del mundo, y si he de ser sincero, todavía sueño con los inmensos placeres que gozaba, como soñaba Adán fuera del paraíso. Pero, como todos los hombres de Babilonia, a los tres años, seis meses y seis días me encontré paria y desterrado, sin más herramienta que un banco de madera para mendigar la atención de los extranjeros, y ésto sólo por la bonhomía de los servidores del palacio, que algún vago recuerdo debían tener de mí, ya que al volver de una excursión por mis dominios, que se expandían cada vez más, me dejaron entrar a hurtadillas a ese lugar que ya no era mío y sacar de la cocina el menor de los muebles.

El nuevo rey, mi hermano, había nacido esa mañana. Con el banco alcancé el timbre de los vecinos para rogar atención.

2 comentarios:

Chocolate y Canela dijo...

Será que hay que buscar más alla de la dulzura de la ilusión y la resignificación de la realidad.

Santiago dijo...

Más que buscar, hacer. Pero por ahi va. Si te toca rey, perfecto. Si paria, es porque tu te sientes así.