viernes, 26 de septiembre de 2008

Mudanzas ajenas

A pesar de las lluvias estruendosas de la temporada, el aljibe de la casa se secó. Cuando nos metimos a revisarlo, descubrimos que el cemento estaba agrietado, seguramente por las raíces de los árboles que, en los cinco años que duró, crecieron a su alrededor y nos asombran gratamente el pórtico en las tardes (el limonero, sin embargo, siempre fue muy ácido, algo tendría el agua). Tan agrietado que nos fue muy fácil desprender la pedacera. Vaya sorpresa, hallamos un túnel (¿topos? no sabía que hubiera) por el que cabía fácilmente el menor de los niños. Alguien corrió por una linterna, y cuando alumbró no se veía el final, pero la luz asustó a una familia de cucarachas que se desbandó hacia adentro. El niño las siguió. Y fuimos por el niño. Pero él pasaba sin problemas por entre las raíces y las piedras, nosotros nos íbamos raspando, y nos atorábamos. Pronto la linterna no lo alumbraba, pero seguimos, nosotros tras el niño, el niño tras las cucas, nosotros, la verdad, preocupados, y él parecía que no. Mucho después, con un montón de heridas en las extremidades y lodo por todas partes, vimos el final, anunciado por la luz amarilla de la luna llena que entraba a unos metros. ¿Cuánto habíamos estado allí? ¿Dónde salíamos? ¿El niño?

Salimos. El mármol del cementerio brillaba de un modo extraño, y allá, a la sombra de un mausoleo familiar, el niño, las cucarachas, y otros cuantos, conferenciaban con Roderico el mayordomo.

(Así que actualizamos los enlaces y el bloglines)

(de lo otro no me olvido, pero hace falta mucha elaboración fina, y...)

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