viernes, 28 de mayo de 2004

Musica (y estilo)

Hoy fui a ver a un tal Omar Sosa, y salí de ver a Don Omar Sosa. El evento merece una nota más larga, que vendrá mañana o pasado, porque estoy cansado (Y como lo rpometido es deuda, pero yo soy olvidadizo, me recuerdan si no lo hago). Sin embargo, hoy consigno...

La triste historia de Marco Deiana

Mediados de junio de 2001, Deiana es un treintañero atrapado en el remolino de su propia angustia, que ha sobrevivido durante demasiados años en los ambientes de cierto fundamentalismo pseudo-político boloñés. Sin casa, angustiado por las deudas (bastante modestas, por otra parte) y por su condición de huésped perenne ("parásito", dice él), Deiana decide acabar con todo de una forma memorable: un poco a lo kamikaze, un poco a lo Fantozzi, subirá a un tren Eurostar armado con una bomba incendiaria casera y tratará de inmolarse, no sin llevarse por delante a algunos miembros de "esa sociedad que se divierte a mis espaldas".

Empieza mal: llama la atención de cuantos esperan en el andén y de cuantos viajan en el tren. Prosigue peor: realiza uno de los atentados más torpes que se conservan en la memoria del hombre, no consigue provocar el incendio, aunque se quema los pelos de la barba, algunas personas lo ven y hacen saltar la alarma, el tren se detiene y desventurado huye por los campos entre Bolonia y Módena. Al saltar del tren, pierde el carné de identidad.

Identificado, devorado por lo medios de comunicación y acosado por los maderos, pasa 48 horas en el campo, durmiendo a la intemperie. En un bar de carretera lee los artículos del Carlino que vinculan su gesto a la movilización contra el G8. El atentado ha fracasado y la prensa instrumentaliza lo que ha hecho. Bebe un te frío con limón, vuelve a las vías y se suicida arrojándose delante de otro tren Eurostar.

En el tren y en las grabaciones de las cámaras de circuito cerrado de la estación, se le nota y reconoce por cómo va vestido: pantalones a rayas verticales blancas y azules, sudadera verde con la capucha puesta, mochila, aspecto descuidado. En La Reppublica el columnista Jenner Meletti, evocando a un payaso de la televisión de los años sesenta, habla de un "anarquista disfrazado de Scaramacai" y -con una nitidez que ni Dick Hebdige- define a sus amigos como "punkies con un barniz de política".

El pobre Deiana es víctima de diez años de dressing down option a la sombra de las Dos Torres, víctima del abandono y la dejadez estilístico-política que ha transformado la ciudad en un gran reclamo para punkies.

Lo digo sin cinismo, y con la mayor comprensión posible: la ausencia de estilo -que no se refiere sólo al vestuario sino también a eso que nuestros padres llamarían "el estar en el mundo"- Deiana se la ha llevado a la tumba. Hubo un tiempo en que se pensaba que hacía falta saber "estar en el mundo", incluso al morir. Uno se disparaba al corazón y no a la cabeza para no dejarse ver desfigurado y cubierto de sangre. Mayakovski se disparó al corazón y se cuenta que lo encontraron sonriente. El surrealista Jacques Rigaut, una vez tomada la decisión de matarse, se vistió completamente, se tendió en la cama y se rodeó de almohadones para que el impacto del disparo no le hiciera perder la postura. Tiempos lejanos: el tren ha esparcido los restos de Deiana a lo largo de más de doscientos metros de vía.

Además, si se piensa que Deiana quería realizar un acto de guerra, un acto marcial vagamente comparable a los de los kamikazes de Hamás en los territorios ocupados por Israel, se comprende claramente hasta qué punto la ausencia de estilo hace amorfo el conflicto y vacía la carga vital del "bello gesto" con el que se rechazan la insignificancia y la muerte lenta. Los jóvenes de Hamás realizan sus acciones (deplorables humana y políticamente, y sin embargo llenas de significado) dentro de un rígido marco estético y ritual, después de haber hecho las abluciones previstas por el Corán. Tienen estilo, es inútil negarlo. Cuando se habla de ellos se le llama "locos" y "fanáticos", nunca "gafes". Al contrario que Deiana que, ni siquiera muriendo, consiguió quitarse de encima la mala suerte.

De El estilo como un arte marcial, notas sobre la dressing up option, de Wu Ming.

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