lunes, 8 de enero de 2007

300 Olor a gas

No sólo en la cocina, sino por varias calles de Manhattan. No saben de dónde sale, ni por qué. El subsuelo de la isla, uno de los más perforados del mundo, exhala, desde hace unas horas, un olor de manufactura humana. La máquina que sostiene la ciudad tiene una pequeña imperfección, con tintes de catástrofe; policías, bomberos y quién sabe cuántos miembros más de quién sabe qué corporaciones oscuras (el servicio secreto, los marines, los hombres de negro) recorren los túneles del metro y los demás buscando la fuente.

En Agosto hubo un caso similar, acaso una prueba, en Staten Island, que sólo afectó a 100 personas, pero de ellas siete tuvieron que ser hospitalizadas. Ahora la cosa está en grande.

No duden que, en algún cubículo de algún edificio de alguna ciudad mediana, un escritor a destajo compone un discurso para GW Bush, sobre el terrorismo y ese gas de olor redolent of rotten cabbage*. Probablemente no se use, pero se está haciendo. Y no tiene sentido.

Ni la búsqueda minuciosa, ni los mapas perfectos de los túneles neoyorquinos servirán de nada. No se va a encontrar la fuente de la peste en ellos, porque no está en nada que hayan hecho los hombres. Es más sencillo. Es más pavoroso.

Es la tierra que eructa.

Salud.


*Me gustó la frase, de Sam Knight, del Times. Y la palabra, algo como reoliente, que recuerda un olor. O mejor, que lo retrae, lo vuelve a hacer existente. Porque a los olores, a diferencia de otros estímulos, les pasa eso: no se recuerdan como datos del pasado, cuando se evocan, aparecen.